Aquel no día no nos
apresuramos en organizar la jornada. Un rico desayuno con crepes y café
caliente amenizaban la charla matutina con nuestros amigos de Madrid y Lima
sobre itinerarios de viaje. Nos despedimos aunque no sería por última vez. En
los viajes que se prolongan en el tiempo hay oportunidad para volverse a
encontrar sin esfuerzo. Avanzábamos por inercia recreándonos en las imágenes de
nuestro viaje al Campamento Base del Annapurna, tan intenso tan condensado en
el tiempo que nos había producido una especie de distancia con respecto a
nuestra vida en Bilbao y nuestros quehaceres cotidianos, los lugares que
solíamos frecuentar…Así y todo, la monotonía cíclica se rompía por probabilidad
cuando un risueño grupo de indios de Calcuta nos adelantaba lentamente. Hicimos
alguna broma sobre fútbol, ya que seguían la liga española y se marcharon hacia
delante con un paso más vivaz.
Nos paramos a hacer un
descanso en un poblado de casas, donde residía una pareja de jubilados que
regentaba un pequeño comercio local en el que se vendían toda suerte de
galletas, chocolates, salados… Sus hijos se habían marchado a buscar su
porvenir a Katmandú. Ahora ya sólo les acompañaba un precioso cachorro que nos
hizo compañía en nuestra parada técnica. Vivían de lo que habían acumulado a lo
largo de su vida y también de las remesas que les enviaban sus hijos. Tenían
unos huertos en las laderas de la montaña que les aportaba cierta soberanía
alimentaria, ya que el clima no variaba en cuanto a temperatura se refería,
pero los años pasaban y pasaban y la energía decrecía. Con una sonrisa nos
despedimos para iniciar el ascenso sin descanso hasta Deurali, donde todo viajero paraba para tomarse un apetecible y
jugoso almuerzo, ya que la cuesta era por momentos extenuante. Nuestro guía,
Bchim, se lo tomó con bastante tranquilidad.
Después de comer algo
de pasta nos acercamos donde un señor de edad avanzada que conducía un puesto
de artesanía. Nos interesamos por los cuencos tibetanos. Nos explicó que se
fabricaban a partir de la aleación de 3 metales y que su sonido era terapéutico
y representaba el mantra Om. Elegimos dos por la sensación y emoción que nos
producían sus sonidos. Nos despedimos e iniciamos el eterno descenso hasta Phedi donde la naturaleza dejaba paso
al hormigón y la civilización. Poblaciones agrarias que combinaban con el
trabajo agropecuario con el de construcción, muy generalizado en todo el país.
Con la misión cumplida
y después de mucha negociación tomamos un autobús hasta Pokhara. El autobús del infierno diríamos propiamente ya que tomaba
velocidades y sentidos contrarios por doquier amenazando literalmente nuestra
existencia hasta que chocó de costado por invadir el sentido contrario contra
un camión de cebada que por poco no lo contamos. Uno de los hierros de la
carrocería del camión se empotró contra el autobús a escasos centímetros de
nosotros por el exterior. Le pedimos severamente que bajaran la velocidad o no
les pagaríamos el trayecto. Eran 3 personas, un conductor, el acompañante y el
interventor, todos ellos con síntomas de ebriedad o haber fumado marihuana o
las dos cosas.
Llegamos al hotel desde
donde partimos hacia la montaña y desde donde divisamos aquel maravilloso
amanecer. Un chico de la zona de Chitwan, súper amable nos atendió con una
sonrisa perenne durante toda nuestra estancia. Recompensamos a nuestro guía y
porteador con propinas extras. Nos acercamos a internet para revisar el correo
y las últimas noticias del mundo. Con tristeza leímos que un tsunami había
irrumpido en la costa este de Japón causando la muerte a más de 15.000 personas
y ocasionando una explosión en una central nuclear de Japón. Si eso no era poco
en otro lado del mundo una guerra declara por insurgentes contra Gadafi acaecía
en Libia y la crisis del petróleo se desataba. Con cara de circunspectos
dejamos el cyber y dimos un paseo con nuestro guía por los aledaños del lago
Pokhara y así relajar nuestros pies hasta que llegó la noche. Se abrió el
apetito y de nuevo por probabilidad nos encontramos con nuestros amigos Lee y
sus dos amigos los surcoreanos y los alemanes Jonas y Elias con los que
disfrutamos de una agradable cena en un restaurante surcoreano. La sorpresa fue
mayúscula por lo rico que cenamos, por la estimulante cena y por la generosidad
de los orientales que no dejaron que pagásemos nada. Aquel día se puede decir
que por la noche descansamos sin dilación hasta que el sol y el calor nos
despertaron lentamente.