18/03/2011 Trek to Bamboo (2300m) 6-7hours


          Después de pasar la noche como animales hibernando, nos despertamos literalmente listos con la mochila casi a punto para desayunar un porridge a base de avena y otros cereales que nos aportó la energía suficiente para acometer la jornada más dura por la dureza climatológica, las condiciones físicas algo mermadas por la falta de sueño, el dolor de cabeza de altura y una diarrea continua. El día anterior Marta, aprovechando un claro de luz logró captar en una instantánea el gran Annapurna, para desvanecerse entre la neblina que los vientos traían desde las cumbres. Ese mismo día antes de partir me la enseñó. Fue una manera de despedirnos de aquel tótem grandioso y su cordillera.

Iniciamos el descenso abrigados y protegidos con todo lo que disponíamos, ya que la humedad y el frío de cara quemaba literalmente la piel de la cara. Nos dispusimos en fila india, para no dispersarnos ya que apenas divisábamos 10 metros por delante de cada uno de nosotros. Los colores llamativos ayudaban a no despistarnos y las huellas perecederas marcaban el paso en un automatismo constante. Era como no saber a dónde nos dirigíamos entre tanta espesura. Las polainas hicieron su trabajo de resguardarnos los tobillos y pies de la entrada de humedad. Los resbalones se sucedían y más de una vez dimos con los huesos en el suelo. De vez en cuando nos atrevíamos a desafiar a los elementos intentando bajar laderas esquiando con nuestras botas de montaña que se deslizaban con aparente equilibrio, aunque más de una vez nos caíamos de par en par sobre la nieve perpetua. Poco a poco la nieve fue dejando paso al hielo y al paisaje rocoso. Sabíamos que el regreso lo haríamos por el camino transitado, lo cual nos inspiró para ir más ligeros y dinámicos. La humedad en los pies ayudaba a acelerar el paso.






En pocas horas bajamos un desnivel de 1800 metros. Una vez que paramos a almorzar, nuestra expedición se dividió en dos. Las chicas noruegas forzaron a su guía a llegar en la mitad de tiempo de lo previsto, teniendo que caminar 9-10 horas por día, con lo que, el porteador acaba prácticamente exhausto. Desde la agencia se nos había pedido que en la medida de lo posible se respetase la estructura de la expedición, ya que los guías y porteadores trabajan en equipo y a veces se intercambian funciones en función de la pesadez del día. En ese momento y por el egocentrismo que manifestaban hacia sus propias necesidades, evitamos relacionarnos con ellas de una forma más personal. Aún así, ellas al pasar por el lugar de parada técnica ni si quiera se despidieron de nosotros y de nuestros acompañantes marchando camino abajo. Situaciones así te ayudan a meditar sobre lo efímero del tiempo en sí mismo, de las relaciones que estableces con otras personas, de los momentos compartidos, y de lo mucho que hay que desapegarse de las sensaciones vividas en otros momentos, de la futilidad de las experiencias, de las emociones... Quizá nuestro corazón sirva para guardar con gozo como, si de un baúl de los recuerdos se tratara, todo ese bagaje positivo, toda esa inercia de dicha y contentamiento. En el camino nos volvimos a encontrar con nuestro amigo coreano así como con los amigos alemanes a los que posteriormente volveríamos a ver en Pokhara.

Por fin llegamos a Bamboo después de avanzar kilómetros en silencio rodeados de tupidos bosques, donde la climatología nos dio un respiro y volvimos a recuperar la temperatura corporal gracias a una templada ducha. Era el momento de calmarse, de poner los pensamientos en orden, de limpiarse las heridas, de leer sosegadamente, de ver fotos pasadas una y otra vez. Aquel día jugamos a las cartas mientras recordábamos los pasajes más dulces y los más duros del viaje, todos ellos recompensantes. La bajada compensó la musculatura de mis piernas que unido al reiki, minimizaron a la mínima expresión el dolor sentido los días anteriores. Un nutrido grupo de surcoreanos acamparon en aquel mismo hospedaje con cocinero particular. Celebraron un velada cuasi ceremonial. Daba la impresión de que se trataba de un grupo de veteranos recién jubilados que rendían homenaje a los más avejentados entre ellos. Uno de tantos entonó una canción hímnica que todos aplaudieron como fin de la velada.

Todas las noches nos reuníamos con nuestro guía junto con el que planeábamos el itinerario del día siguiente un poco a la carta, en función del calendario que manejábamos teniendo en cuenta los kilómetros acumulados por todos y especialmente por el porteador, el cual solía ir por delante para ajustar su propio ritmo y descansos a la exigencia de la carga. Un nuevo poster rezaba en nuestra habitación: ´happiness is the everyday sunshine of your life, you really can change the world if you care enough, life is an echo so give the best and get a great deal back…unleash yourself´.