19/03/2011 Trek To Jhinu Dada (1780m) 5-6 hours + trek to Landruk 2,5 hours

  Iniciábamos la penúltima etapa con la satisfacción y la tranquilidad de que todo había ido por buen camino y que lo más duro había pasado. Volveríamos por Sinuwa y Chomrong en sentido inverso, de nuevo a subir un montón de escalones de piedra. Dos búfalos que rivalizaban en medio del camino nos impedían el paso, por lo que debimos esperar a que desistieran de su pelea por la hegemonía. En Jhinu Dada almorzamos con unos amigos de nuestro guía. Chop Suey para todos y una limonada para refrescar el sudor.










Aquel día se celebraba la fiesta nacional Happy Holly, una efemérides anual indú. Las personas que lo festejan se pintan unos a otros colores en la cara, en el cuerpo, por todos los sitios, y claro nosotros no seríamos una excepción. Una niña nepalí de nombre Susan se animó a jugar con nosotros mientras almorzábamos. Su nonagenaria abuela allí estaba observándola con ojos de niña, mientras su nieta, revolucionaba la escena. La mirada de aquella mujer de avanzaba edad simbolizaba la observación oriental, más pasiva, más observadora, globalizadora. La occidental quizá tiende a ser más tenaz, activa y participante, como la nuestra durante el viaje, aunque según avanzaba los días se iba volviendo más contemplativa, más comprensiva. Desde entonces nos gusta mirar así. Esto nos hizo recordar el propósito de nuestro camino, bien diferente del de las noruegas de quien nos comentó el guía que para hacer tiempo subieron y bajaron a/de Chomrong, algo así como subir y bajar el Pagasarri desde la barrera, con un sol de justicia porque querían hacer deporte. 





Nos despedimos de nuestros amigos alemanes y surcoreanos una vez más (aún habría otra  más) dado que íbamos coincidiendo en el camino. En el descenso nos cruzamos con un hombre americano/indio enamorado de España y su hijo. Su mujer y él llevaban adelante un proyecto con niños en exclusión en Bombay. Habían subido al campamento base del Annapurna 4 veces. Nos despedimos mutuamente con un “adiós amigo” tras bajar en zig-zag una ladera que se precipitaba al río que bañaba el valle y proseguimos hacia Landruk.



Tras Cruzar un puente de vértigo llamado Lang Bridge (New bridge) que azuzaron unos escoceses con pinta de cowboys  para asustarme y gastarme una broma mientras me encontraba en el medio. Nos deleitamos con el paisaje que se iba asomando por delante de nosotros.

Ya en la orilla izquierda, un niño que correteaba junto a otro dirigiéndose hacia nosotros tropezó con un tronco y se precipitó al suelo. Nos paramos a observar si se encontraba bien. Decidí  aplicarle mis manos sobre su pierna, de la cual se dolía sobremanera. El niño se quedó paralizado por unos momentos y pasados unos segundos se levantó como si nada y continúo corriendo con su amigo. El camino a Landruk, otro bello pueblecito adoquinado en terracería cruzaba pequeños puentes y ascendía de forma empinada. Los escoceses nos comentaron que tras ese trekking tenían pensado subir al campamento base del Everest una vez llegados a Katmandú.




En las postrimerías de Landruk, una mujer nos insistía que nos quedásemos en su casa a pernoctar, que nos haría un buen precio. A pesar de justificarnos por tener reservado otro alojamiento, la mujer parecía muy necesitada argumentando que hacía tiempo que ningún turista se había quedado en su hospedaje, por la planificación anticipada de los viajes. Sé que no lo conseguí pero de alguna forma intentamos compensarla adquiriendo algunos chocolates para la expedición. Muchas familias nepalíes necesitadas de las montañas transformaron sus trabajos tradicionales de agricultura de subsistencia por negocios hosteleros para los viajeros y turistas de trekkings de montaña, superando la oferta a la demanda en muchos casos, dependiendo de la época. Recordamos a aquella mujer diciendo que no eran buenos tiempos para los negocios. Le respondí que quizá la próxima vez sería. Poco antes de llegar a nuestro hospedaje, nuestro guía nos informó que tenía una nueva expedición organizada una semana después con 9 belgas.






Después de una ducha fría, que a la postre, agradeceríamos, en el Sherpa Guest House nos encontramos con un pareja muy simpática, él de Madrid y ella de Lima. Los dos habían dejado sus trabajos para embarcarse en un viaje por el sureste asiático como llamados por la fuerza interior y las ganas de vivir una experiencia única. Fueron una gran inspiración por sus ganas de vivir el momento sin preocuparse por lo que viniese. También fue muy gratificante poder hablar con personas con una realidad sociocultural parecida a la nuestra con la que estaba cayendo en España por la crisis, y en el mismo idioma. El café de media tarde dio paso a la cena sin apenas darnos cuenta. La conversación fluía por sí sola interrumpida por el frescor de la noche y una fiesta organizada por estudiantes locales y miembros del equipo de voley ball para recaudar fondos para su equipaje y material. Bailaron para y con nosotros bailes tradicionales y contemporáneos nepalíes. Simpáticos y agradecidos se despidieron y nosotros también de otro día de vivencias y emociones que reposarán en nuestro corazón.