Iniciábamos la
penúltima etapa con la satisfacción y la tranquilidad de que todo había ido por
buen camino y que lo más duro había pasado. Volveríamos por Sinuwa y Chomrong en sentido inverso, de nuevo a subir un montón de
escalones de piedra. Dos búfalos que rivalizaban en medio del camino nos
impedían el paso, por lo que debimos esperar a que desistieran de su pelea por
la hegemonía. En Jhinu Dada
almorzamos con unos amigos de nuestro guía. Chop Suey para todos y una limonada
para refrescar el sudor.
Aquel día se celebraba
la fiesta nacional Happy Holly, una
efemérides anual indú. Las personas que lo festejan se pintan unos a otros
colores en la cara, en el cuerpo, por todos los sitios, y claro nosotros no
seríamos una excepción. Una niña nepalí de nombre Susan se animó a jugar con
nosotros mientras almorzábamos. Su nonagenaria abuela allí estaba observándola
con ojos de niña, mientras su nieta, revolucionaba la escena. La mirada de
aquella mujer de avanzaba edad simbolizaba la observación oriental, más pasiva,
más observadora, globalizadora. La occidental quizá tiende a ser más tenaz,
activa y participante, como la nuestra durante el viaje, aunque según avanzaba
los días se iba volviendo más contemplativa, más comprensiva. Desde entonces
nos gusta mirar así. Esto nos hizo recordar el propósito de nuestro camino,
bien diferente del de las noruegas de quien nos comentó el guía que para hacer
tiempo subieron y bajaron a/de Chomrong, algo así como subir y bajar el Pagasarri
desde la barrera, con un sol de justicia porque querían hacer deporte.
Nos despedimos de
nuestros amigos alemanes y surcoreanos una vez más (aún habría otra más) dado que íbamos coincidiendo en el
camino. En el descenso nos cruzamos con un hombre americano/indio enamorado de
España y su hijo. Su mujer y él llevaban adelante un proyecto con niños en exclusión
en Bombay. Habían subido al campamento base del Annapurna 4 veces. Nos despedimos
mutuamente con un “adiós amigo” tras bajar en zig-zag una ladera que se
precipitaba al río que bañaba el valle y proseguimos hacia Landruk.
Tras Cruzar un puente
de vértigo llamado Lang Bridge (New bridge) que azuzaron unos
escoceses con pinta de cowboys para
asustarme y gastarme una broma mientras me encontraba en el medio. Nos
deleitamos con el paisaje que se iba asomando por delante de nosotros.
Ya en la orilla
izquierda, un niño que correteaba junto a otro dirigiéndose hacia nosotros
tropezó con un tronco y se precipitó al suelo. Nos paramos a observar si se
encontraba bien. Decidí aplicarle mis
manos sobre su pierna, de la cual se dolía sobremanera. El niño se quedó
paralizado por unos momentos y pasados unos segundos se levantó como si nada y
continúo corriendo con su amigo. El camino a Landruk, otro bello pueblecito adoquinado en terracería cruzaba
pequeños puentes y ascendía de forma empinada. Los escoceses nos comentaron que
tras ese trekking tenían pensado subir al campamento base del Everest una vez
llegados a Katmandú.
En las postrimerías de
Landruk, una mujer nos insistía que nos quedásemos en su casa a pernoctar, que
nos haría un buen precio. A pesar de justificarnos por tener reservado otro
alojamiento, la mujer parecía muy necesitada argumentando que hacía tiempo que
ningún turista se había quedado en su hospedaje, por la planificación
anticipada de los viajes. Sé que no lo conseguí pero de alguna forma intentamos
compensarla adquiriendo algunos chocolates para la expedición. Muchas familias
nepalíes necesitadas de las montañas transformaron sus trabajos tradicionales
de agricultura de subsistencia por negocios hosteleros para los viajeros y
turistas de trekkings de montaña, superando la oferta a la demanda en muchos
casos, dependiendo de la época. Recordamos a aquella mujer diciendo que no eran
buenos tiempos para los negocios. Le respondí que quizá la próxima vez sería.
Poco antes de llegar a nuestro hospedaje, nuestro guía nos informó que tenía
una nueva expedición organizada una semana después con 9 belgas.
Después de una ducha
fría, que a la postre, agradeceríamos, en el Sherpa Guest House nos encontramos con un pareja muy simpática, él
de Madrid y ella de Lima. Los dos habían dejado sus trabajos para embarcarse en
un viaje por el sureste asiático como llamados por la fuerza interior y las
ganas de vivir una experiencia única. Fueron una gran inspiración por sus ganas
de vivir el momento sin preocuparse por lo que viniese. También fue muy
gratificante poder hablar con personas con una realidad sociocultural parecida
a la nuestra con la que estaba cayendo en España por la crisis, y en el mismo
idioma. El café de media tarde dio paso a la cena sin apenas darnos cuenta. La conversación
fluía por sí sola interrumpida por el frescor de la noche y una fiesta
organizada por estudiantes locales y miembros del equipo de voley ball para
recaudar fondos para su equipaje y material. Bailaron para y con nosotros
bailes tradicionales y contemporáneos nepalíes. Simpáticos y agradecidos se
despidieron y nosotros también de otro día de vivencias y emociones que
reposarán en nuestro corazón.