Amanecimos
tempranísimo para observar la salida del sol desde la azotea del hotel antes de
desayunar. El frescor del alba se dejaba sentir en la cara, mientras divisábamos
el hermoso sol anaranjado que salía sin dar tiempo a preparar el encuadre
fotográfico, un sol de fuego que iba iluminando los picos que rodeaban al valle
de Pokhara. Tras un desayuno apetitoso (cuando viajamos las comidas siempre son
recibidas como momentos especiales y deleitosos en los que degustar cualquier
café con leche o unas tostadas de mermelada confitada supone saciar nuestro
hambre y paladar). Aquella mañana conocimos a las chicas noruegas que
compartirían nuestra expedición, y a decir por su forma de saludar, supimos que
estábamos en la antesala de una relación no muy cercana que se dijera, más bien
fría y algo interesada por su parte. De todas formas, procuramos relativizar la
situación concluyendo que la temprana hora a la que nos levantamos no era la
más propicia para despertar el humor o la cordialidad.
Nos metimos en una furgoneta los 8
integrantes, dos porteadores, 2 guías y 4 turistas. Después de un sinuoso viaje
hasta alcanzar la altura deseada para iniciar el trekking más largo de lo
esperado (las distancias son relativas, ya que tardamos 2 horas en alcanzar Nayapul, por lo que creemos que aquella
mañana recorrimos más de 50 km).
A mitad de camino paramos a fotografiar los primeros paisajes y las cumbres
nevadas del cordal del Annapurna que no nos abandonarían en lo que restaba de
trekking).
Al llegar a Tikhedunga, nos aprovisionamos bien en
nuestra mochila reducida, mientras los porteadores ajustaban las cuerdas para
compactar las mochilas grandes que en total, las nuestras pesarían 23 kilos como máximo.
Nuestro guía días después nos indicó que algunos porteadores debían cargar
hasta 50 kilos sobre sus espaldas mientras cargaban y hacían fuerza con su
cabeza hacia delante como si fuera un yugo. Como diría un turista español, la
situación de los porteadores es de cómo sacada de contexto, inimaginable.
Iniciamos nuestra andadura desde el hotel
Dupak mientras seguíamos un camino de piedras y polvo recién ensanchado
para según nuestro guía comenzar la construcción de una carretera de montaña
que seguiría por ese corredor.
A medida que
avanzábamos, se sucedían terrazas de cultivos de arroz, maíz, patatas,
espinacas…El camino atravesaba ríos a través de cantos rodados, mientras
iniciamos el escalonado camino construido con losas de piedra que se iban
sucediendo en ascensos o descensos prolongados. Este primer día conocimos los
nombres de nuestros acompañantes y ellos los nuestros invitando así a la
conversación y al conocimiento recíproco. Almorzamos tras 3 horas de camino unos
noodles (fideos) con vegetales a la sombra, ya que el sol de justicia acechaba
al mediodía iluminando aquel hermoso paraje. En algunos poblados los
agricultores azuzaban a sus animales de tiro, ,todavía a aquella altura, eran
vacas de menor estatura.
Algo menos de una hora después
alcanzábamos Hile un pueblito
desperdigado en ladera. Nos alojamos en un alojamiento regentado por mujeres
que se habían establecido por su cuenta para ofrecer un servicio hostelero de
montaña. Su trato como el del resto de las personas que atendían en las “guest
houses” fue exquisito y agradable, con disponibilidad en cualquier momento.
Desde aquel día nos aficionamos a los posters que colgaban de las habitaciones
en los que se apreciaba un hermoso paisaje acompañado de un mensaje en forma de
aforismo, en algunos casos procedentes de la filosofía budista y en otros una
interpretación metafórica de lo que suscitaba el paisaje fotografiado. El de aquel día fue ´the purity of the snow hides all the deep dark secrets of the mind´.