13/03/2011 Trekk to Ghorepani (2867) 5/6 hours – 9.5 km


         Como cada día despertábamos con ese frescor del Himalaya, en el que las temperaturas descienden por la noche, fenómeno que experimentábamos en nuestras propias narices que hacían las veces de regulador térmico. Ese día nos dirigiríamos a Ghorepani, primer destino de altura considerable para ascender al día siguiente a Poon Hill. Antes de iniciar la marcha, recogíamos nuestros enseres y reorganizábamos las dos mochilas, la de los porteadores y la nuestra. Nunca faltó a nuestras espaldas un calzado de repuesto, agua suficiente, material de primeros auxilios como tiritas, gasas… y accesorios varios necesarios para afrontar las condiciones climatológicas, una braga, forro, guantes, linterna, gafas…Además de portar con nosotros lo necesario, también considerábamos legítimo no cargar demasiado a los porteadores. Después de la media hora de rigor almacenando nuestras mochilas, desayunamos un delicioso gurung bread con confitura de fresa y Masala Thai en el caso de Marta y con Tibetan tea hecho a base de mantequilla y sal. Todo un aporte de energía para comenzar la caminata. Observamos uno de esos carteles imaginativos y elocuentes en una de las paredes del alojamiento que rezaba: ´If you want to be truly happy live for others´

         Iniciamos nuestro camino dejando a tras el hotel Dipak, y adentrándonos en un maravilloso camino recortado por pasos aéreos de puentes manufacturados, que asomaban a cascadas penetrantes con más o menos flujo de agua, ya que la época no era la más propicia para apreciar saltos contundentes. A medida que avanzábamos atravesábamos aldeas de altura en las que los rasgos de la gente se iban tibetanizando, es decir, color sonrosado por el sol de montaña, facciones duras, ojos rasgados y sonrisa dulce. Las banderas de plegaria coloridas iban poco a poco haciéndose visibles, cuya función era bendecir el paisaje de las inmediaciones o con otros propósitos a través de sutras budistas.



El almuerzo siempre constituía un espacio de atrevimiento para degustar las diferentes formas de cocinar pasta o cereales con verduras y sus salsas de condimento. A menudo preferíamos no comer comida especiada para evitar posibles complicaciones digestivas, ya que si el estómago no resiste las piernas tampoco lo harán. Comimos en un pequeño pueblo que quedaba a un linde del camino con un sol inmenso que nos temperaba lo suficiente para acoger las tardes y noches frescas.

Tras la comida continuamos el camino cada vez más desconectados de las acompañantes noruegas que no cesaban de hablar entre ellas, al margen del grupo. Los bosques de rodoendros con su hojarasca ya caída y seca se iban sucediendo en estos tramos del trekking con bastante asiduidad. Un viajero holandés que nos sacó una foto con el fondo de una pequeña cascada que formaba un pequeño lago comentó que aquel corredor lo frecuentaban al año 70.00 turistas y que en el periodo de mayor afluencia de turistas, entre los meses de octubre y noviembre, muchos montañeros encontraban verdaderas dificultades para conseguir alojamiento en los hospedajes de montaña.





         Poco a poco nos fuimos diseminando por el camino debido al desnivel que éste iba tomando y uno a uno fuimos alcanzando Ghorepani. Nos alojamos en el hospedaje de nombre Snow view lodge, un pequeño hostal de montaña regentado por una servicial y amabilísima mujer que junto a su marido hacían las delicias de los turistas con sus platos nepalíes. Aquí pudimos disfrutar de una buena ducha caliente, rápida y certera para sentirnos limpios después de 2 días de sudor intensos. En el patio interior de las viviendas que rodeaban a nuestro alojamiento, dos personas vendían artes del Tíbet. Así, a una mujer le compramos dos pulseras con el mantra Om ma ni padme hung para regalárnoslas entre sí con motivo de nuestro enlace civil del 8 de marzo. La otra persona, un hombre entrado en años tocaba como reclamo de venta uno cuenco tibetano delante de una pequeña stupa oratoria.




 
 


Al anochecer la calefacción del alojamiento hizo las veces de lugar de encuentro de excursionistas, guías y porteadores y juntos nos sentamos en torno a ella mientras comentábamos las experiencias y vicisitudes del día, mientras planeábamos el itinerario del día siguiente. Algunos guías iban entonando canciones conocidas por todos ellos mientras daban cuenta de un licor camuflado en una taza de café. Sonreían con placer mientras seguían la siguiente melodía transcrita: iesa dibidi, iesa dibidi…  Nos acostamos con otro precioso mensaje que colgaba de la pared de  nuestra habitación:´Great hopes make great men´.