Nos pusimos en camino pasadas las 7 am para afrontar el
ascenso definitivo y así evitar cualquier contratiempo climatológico que no
pudiéramos contrarrestar, ya que cuando las condiciones se ponen adversas en la
montaña, la paciencia y la resistencia funcionan a modo de reserva. Bien
capitaneados por nuestros guías, las 8 personas que componíamos aquella
expedición (nosotros 2, las 2 noruegas, los 2 guías y los 2 porteadores)
caminábamos mientras intercambiábamos información acerca de la aproximación del
Campamento Base del monte Annapurna.
Debee, uno de los guías, nos comentaba con nostalgia que
echaba de menos su paso por Europa después de vivir una relación sentimental
con una inglesa que le invitó a convivir con ella en Londres. Sorteando algunas
de mis preguntas finalizó que en Nepal no había futuro para él y que una vez
conoció Europa no pasaba un día sin quitarse de su cabeza la idea de marchar en
busca de un puesto de trabajo al viejo continente.
Sin paso acelerado evadíamos el recorrido del agua por
algunos puntos del trayecto fruto del deshielo de los glaciares de montaña, y
también algunos desprendimientos de rocas pesadas y voluminosas. Para nuestro
deleite asistíamos absortos a aquellos paredones de hielo que atravesábamos.
Los guías al ver el buen tiempo que hacía y el buen ánimo que proyectábamos se
relajaron caminando detrás de nosotros. La buena química con las chicas
noruegas continuaba fluyendo, manteniendo conversaciones de interés y con
interés. Todos y todas nos sentíamos mucho mejor mientras ascendíamos por aquel
cañón abrupto. Yo continuaba resintiéndome del mismo dolor que estaba sufriendo
días anteriores en la ingle derecha. Procuré desestimar diagnósticos y continúe
como si nada. Además de las mentes los cuerpos también necesitan su tiempo de
aclimatación.
Y así las cosas llegamos al primer campamento base, al
pie del coloso Machhapuchhre. Dimos
cuenta de un agradable té y unas apetitosas barritas energéticas mientras nos
mirábamos con la certeza de que el reto estaba cerca. En fila de a 1
avanzábamos por las blancas laderas de las inmediaciones hasta el campamento
base. Fueron 3.4 km emocionantísimos, que recreamos con fotos llenas de ilusión
y orgullo por completar el reto.
Sin duda alguna fue uno de los momentos más bonitos de
nuestras vidas, culminar aquella expedición. No había dudas, lo habríamos
logrado. Nuestro aliento desenfrenado, las sonrisas y las bromas se sucedían.
Había quien tenía tiempo para recogerse y observar tras de sí el camino
recorrido y el cordal de montañas. Arriba nos reencontramos con nuestro amigo
surcoreano Lee. Cuando hubo la debida intimidad Marta y yo nos fundimos en un beso
y un abrazo que nunca olvidaremos. Los logros denotan un mayor sentido cuando
se consiguen en equipo. En
nuestra habitación un nuevo cartel rezaba en la pared:” I´m sure that it is one of the best days in our lifes”.
No se hicieron esperar los sweets (dulces) dispensados
por los simpáticos surcoreanos a toda la tripulación que allí se encontraba
después del almuerzo. Como no, la estufa de keroseno hizo acto de presencia al
caer el sol, mientras uno de los guías nos cantaba canciones de época y otras modernas
en nepalí. Los dos guías se pusieron a cantar al unísono mientras sorbían algún
tipo de orujo. El buen ambiente reinaba por doquier. Fue curioso ver a un grupo
de Chinos llegar bien tarde, con bastantes exigencias por cierto. Suponemos que
aún faltará algún tiempo para que se integren en la denostada alianza de las
civilizaciones, ya que aún no dominaban el inglés y quizá también ciertas
formas de estar en público que los europeos o norteamericanos han ido
interiorizando a base de viajar y viajar. Los surcoreanos daban lecciones de
buen karma y sintonía con cualquiera que estuviese cerca de ellos. Recuerdo una
conversación animada sobre Leo Messi y sus fabulosas estadísticas. Estaban
interesados en saber cuánto costaba una entrada en el Nou Camp para ver a la
estrella argentina. Enamorados de este deporte, estaban al día desde su país de
los resultados de fútbol de la liga española. Porteadores y guías se relajaban
jugando juntos a cartas, escena que no volvimos a ver en todo el trekking.
Recuerdo que mantuvimos una conversación deliciosa con el alemán de Hannover
sobre las opciones que tomamos en la vida, la vocación profesional, el índice
de desarrollo humano, la crisis alimentaria, la solidaridad…Era genial
conversar tanto tiempo con alguien tan joven y de tan luminoso espíritu.
El frío acechaba. Nos pusieron sobre aviso sobre las
bajas temperaturas en el campamento base, que podían ser de -12 grados. Así que
ya en la cama nos dispusimos una gruesa manta encima de los sacos y ataviados
con la ropa del día siguiente recibimos el sueño alentador del regreso.