Amanecimos como cada
día junto a nuestro guía que nos explicaba el itinerario mientras degustábamos
unos crepes con mermelada de fresa, café y té tibetano. Las mañanas eran uno de
los mejores momentos del día, desayunar con todo preparado, consultarnos por nuestros sueños y planificar el camino
nos ayudaban a estar más cerca los unos de los otros. La etapa de este día era
quizá la más dura mentalmente por el tiempo que había que invertir, ya que
retrasamos el punto de llegada para estar más cerca de hacer cumbre y ganar
días al viaje y también por lo rompe piernas del camino, oscilante, collados
que se sucedían uno tras otro, etc.
Fue bellísimo atravesar
los campos de cebada y trigo imbricados entre sí en forma de terracería, con
conjuntos aislados de casas. A veces nos parábamos para conversar con algunas
familias, a través de gestos o palabras sueltas en ingles, o simplemente nos
sonreíamos con simpatía si había de por medio niños que jugaban informalmente
con nosotros. Siempre recordaremos esta fase de la etapa como una de las más
poéticas del trekking. Ver los rayos de sol incidir sobre las espigas de cereal
y sentir cómo el fresco viento de las laderas de la montaña mitigaba los
cálidos rayos de sol era un deleite. Daba tiempo a pensar mientras nuestra
expedición de 6 personas avanzaba en fila india junto con otras expediciones.
El silencio era nuestra marea de pensamientos, nadie hablaba.
El camino llegaba su
ecuador y todos sentíamos la fatiga en nuestras piernas y espaldas. A veces nos
cruzábamos con grupitos de burritos o las águilas del cielo nos recibían al
arribar a las colinas puntiagudas. Un agradable canadiense nos contó el
proyecto familiar medioambiental y de turismo que habían puesto en marcha en su
lugar de origen, mientras imaginabas cómo sería. Al surcoreano Lee nos lo
encontrábamos delante y detrás. Iba acompañado de otros dos chicos de su misma
nacionalidad que nos obsequiaban con caramelos de fresa apetitosos.
Llegar a Chomrong fue como retroceder 200 años.
Una población de casas que nacía en la colina y moría en la orilla del río
abarcando toda la ladera de una montaña. Una sucesión de escalones de piedra
recorren el pueblito en el que puedes encontrarte a medida que lo cruzas,
restaurantes turísticos, una escuelita, casas de piedra con sus cobertizos y
cuadras para el ganado. Es probable que en cualquier momento del día pudieras
encontrarte por el camino con búfalos a los que llevan a pastar. Nosotros
mientras cruzábamos Chomrong, un perro lobo hospitalario nos acompañaba
escaleras abajo hasta la ladera del río. Un finlandés que subía nos anticipaba
la dureza del regreso entre suspiros y coloretes.
En la vera del río
justo antes de cruzarlo, una niña nepalí recorría el mismo camino que nosotros
hacia su casa. Vestida con uniforme y parca en palabras por su timidez,
avanzaba sin cesar hasta su hogar, recién salida de la escuela. Calculamos que
cada día tendría que recorrer por la montaña a veces en forma de escalones de
piedra interminables más de hora y cuarto hasta llegar su clase.
Nosotros ataviados con
pesadas mochilas proseguíamos el viaje por la ladera de la montaña destino Sinuwa. Un pequeñito pueblo de paso en
medio de la nada que daba cobijo a visitantes apresurados o perezosos, según se
viera. 2 horas casi después de Chomrong, donde nos esperaba una ducha fría y
caliente, que no lo fue tanto, llegamos al hostal de montaña Hill top Lodge. Por el ventanuco cuyo
cristal estaba completamente roto entraba un viento frío helador, lo que hizo
que aquel día no disfrutáramos en exceso del la tan esperada ducha al final del
día. Afortunadamente, cada noche en los hostales de montaña por unas rupias,
solíamos disfrutar de calor producido por estufas de queroseno que colocaban
debajo de la mesa comunitaria del restaurante.
En Sinuwa apreciamos dicho calor mientras conversábamos amigablemente
con las compañeras noruegas (quien lo iba a decir), sobre el sentido de la
vida, la meditación trascendente, los caminos de la vida, las desigualdades
socioeconómicas en el continente europeo y el impacto de la crisis. Ellas
reconocían que los noruegos podían parecer algo altivos a ojos de otros
europeos por su sensación de no necesitar a nadie por su elevado nivel socioeconómico
y capacidad de autosuficiencia motivada por los yacimientos de petróleo del mar
del norte y poseer además, una población relativamente escasa para redistribuir
toda la riqueza remanente. Recuerdo que un chico checo al preguntarle por su
país de origen comentó que prácticamente Chequia era una extensión más de
Alemania por su dependencia económica, y sumisión a los dictados que la
potencia europea imponía en política económica exterior. Nos acostamos con la
sensación de haber superado la prueba física más exigente del peregrinaje al
Annapurna.